Le gustaba sentir el viento golpeando su cuerpo, suavemente, mientras cogía velocidad, le hacía sentirse vivo, libre. Le gustaba pasearse en moto por las calles de Madrid, yendo de una dirección a otra a entregar las cartas.
Gracias a lo aprendido en el servicio militar, donde había formado parte del grupo de mecánicos, había podido encontrar trabajo en correos. Por la mañana se dedicaba a repartir cartas urgentes y a arreglar las motos de sus compañeros, se había convertido en un fuera de serie con las dos tiempos en general y con las Vespas en particular, esto había hecho que encontrara también trabajo por las tardes, reparando motos en una tienda de compra/venta de motocicletas.
Después, terminada su larga jornada laboral, iba a casa de Isi, su hermana, que estaba impartiendo clases en un colegio del barrio del Pilar, para que le ayudara a sacarse el graduado escolar y más tarde, por fin, llegaba a su casa. Una pensión en casa de Lola, a la que todos los inquilinos llamaban Tata, debido al gran trato y afecto que la mujer ofrecía a estos.
Lola repartía cariño sin igual a todos sus inquilinos, como la madre que nunca pudo ser debido a una infección en los ovarios cuando era muy joven.
Manolo saboreaba el puré que La Tata había cocinado esa noche, mientras, contaba a Paula, que no había tardado en reunirse con él en Madrid, las anecdotas del día de trabajo, las cartas que había repartido a personajes ilustres y como se había caido con la moto cuesta abajo cuando un perro (el mejor amigo del hombre y el peor enemigo del cartero) le había cerrado el paso. Entre risas se acerco a ella, la abrazó por la espalda, la besó la mejilla y puso sus dos manos en su vientre, suspiró hondo: - "Dos mesecitos, Paula" "dos meses para ver a nuestra hija" susurro a su oido mientras la cara de ambos se iluminaba.
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